Ya está aquí, ¡ya casi llegó! Desde hace semanas las calles, el ambiente, nos recuerdan que estamos inmersos en una época de luces, de regalos, de reunirse con la familia, de comidas y cenas copiosas, de trajes de gala y fiestas. No quiero irme de vacaciones sin compartir con vosotros una reflexión.
Con pena percibo de unos años a esta parte que entre muchas personas se ha extendido un sentimiento de rechazo a estas fechas. Por la nostalgia que les trasmite, porque les recuerda con más intensidad la ausencia de los seres queridos que ya no están, por el consumismo que se extiende…
Soy consciente de que soy una absoluta privilegiada. Que tengo en mi poder, y a diario, los ingredientes necesarios para considerarme una persona feliz. Amo y soy amada por una familia que no merezco; tengo proyectos e ilusiones que creo alcanzables; puedo alimentar, vestir, educar y cuidar a mis hijas como merecen; un marido sin parangón que ha sido, es y será mi compañero inmejorable de vida… Y ¡tantas cosas más que me llenan cada día! Sólo tengo motivos para dar gracias a Dios.
Y repito, sé muy bien que no todo el mundo tiene esta suerte. Pero ¿qué tal si rebuscamos, cada uno en sus circunstancias, la magia que hace de esta época un tiempo para amar y soñar? Todos, absolutamente todos, podemos encontrar en mayor o menor medida, motivos para dar gracias, personas a las que querer y con las que reunirnos; con las que compartir lo poquito o mucho que tengamos; ilusiones que renovar, propósitos para mejorar…Y esto, es la NAVIDAD. Lo demás son añadidos que acompañan y con los que podemos comulgar o no, cada uno a su estilo.
Pero sin amar, compartir, ilusionarnos, dar gracias, y buscar aquello en lo que mejorar podremos celebrar lo que queramos, pero no estaremos hablando de NAVIDAD.
Ya comenté en un post anterior que no soy una persona «anti-sistema» ni tampoco me gusta ser un borrego más del rebaño que hace las cosas sin pensar, porque es lo que toca, porque está de moda o porque lo impone la mayoría. Todo aquello que pienso, hago, digo o celebro ha pasado antes por el filtro de mi razón y mi corazón; y si no cuenta con la aprobación de ambos no seré yo la que siga la dinámica que supuestamente toca en ese momento.
Por lo que respecta a la Navidad, me siento muy afortunada, porque cuento con todos los elementos necesarios para experimentarla como una época absolutamente entrañable, deseable, esperada y amada. He tenido una infancia plena y feliz. Provengo de una familia numerosa en la que la Navidad era una fiesta digna de celebrar. Además de que para nosotros, al ser cristianos, tiene un sentido religioso hermosísimo (lo que impregnaba estos días de más ilusión magia y sentido si cabe) siempre ha sido la gran fiesta de nuestra familia.
Mis padres nos enseñaron que los mejores regalos eran aquellos que venían cargados del cariño del que los hace. Que nuestro mayor tesoro era poder estar juntos esos días, querernos y disfrutarlos en familia. Al ser ocho hermanos el presupuesto no daba para regalos caros, pero os garantizo que mis padres tenían un arte especial para que cada Navidad superara a la anterior. Para que nuestras cabecitas no pararan de soñar y nuestros corazones se llenaran de amor, cariño y satisfacción.
Nos sentíamos la familia más privilegiada del mundo y con el paso de los años sigue siendo así. Nunca me sentí decepcionada, nunca eché en falta un regalo más caro o «historiado», eso no era lo importante.
Todo comenzaba montando el Belén y el arbolito. Siempre en familia (elemento indispensable), y con villancicos de fondo, sonando a todo trapo. Haciendo el ganso y bailoteando, quedaba todo precioso. A nuestro estilo, cada año con alguna variación. El precioso Belén napolitano presidía el salón y nos recordaba que había llegado nuestra época preferida. El Niño Jesús sufría intermitentes secuestros, el árbol resultaba perjudicado con las constantes manipulaciones de manitas intrusas, pero era nuestro salón, nuestra NAVIDAD, y no la cambio por ninguna.
Por aquel entonces, al igual que hoy, los anuncios de televisión y los catálogos de juguetes nos bombardeaban con objetos sofisticados dignos de desear por cualquier niño. Los precios de los más llamativos y apetecibles iban en consonancia y se disparaban y volvían inaccesibles para una familia tan grande. Pues bien, mis padres, que nos conocen a la perfección a cada uno, sabían buscar el juguete u objeto equivalente más económico que aquél que habíamos puesto en la carta para los Reyes. Y siempre nos gustaba mucho más que el que «brillaba» en televisión.
Además, con el dinero que nos ahorrábamos con cada uno, daba para más regalitos para los demás, y eso era lo mejor. A parte, siempre caía algún extra a modo de sorpresa que era la repanocha. Acertaban de pleno, eran prácticos a más no poder. Cosas que realmente necesitáramos, a las que le sacáramos partido y que no quedaran en un rincón pasada la novedad inicial.
Pero lo que siempre era un exitazo, era el regalo común. Cada año se buscaba un regalo para toda la familia que pudiéramos disfrutar todos. Un buen juego de mesa, unos altavoces para ver películas en condiciones…Tras la ilusión de abrir tus propios regalos aún quedaba el momentazo de cotillear el de todos tus hermanos, con los que siempre ibas a compartir. Y, de esa manera, tus juguetes eran los de todos y los de todos los tuyos, con lo que se multiplicaba la alegría.
Recuerdo con tanta intensidad mis navidades de la infancia que se me saltan las lágrimas. Acostarnos nerviosos, apretando los ojos con fuerza para dormirme cuanto antes, no fuera a ser que los Reyes me pillaran despierta y no me dejaran regalos. Mandar callar a los peques para que no chafaran la magia de la noche de los niños. Explicarles lo que estaba sucediendo para que sintieran lo mismo que yo. Correr a poner nuestros zapatitos y adecentar el salón para la llegada de sus majestades, colocar los cartelitos con nuestros nombres…También vivíamos entusiasmados la Cabalgata de Reyes, en la que participábamos gracias a una asociación juvenil en la que estábamos inscritos. Nos disfrazábamos de pastorcillos. E incluso , un año, fuimos montados en burritos. Las caritas de los niños que nos saludaban al pasar, lanzar caramelos, la magia de los fuegos artificiales al terminar el recorrido…
Y cuando llegaba la mañana…¡qué nervios! ¡qué ilusión! Lo primero correr a echar un vistazo al salón. No os puedo contar lo que impresiona ver el cuarto de estar lleno de regalos para 10 personas. Tras el alucine inicial corretear a despertar a mis hermanos, cantándoles y poniéndoles nerviosos. Gritos, saltos, emoción, alegría…Pero lo mejor, sin duda era compartir esos sentimientos, momentos, el querernos.
Nuestra costumbre era que el Niño Jesús nos dejaba «chuches» en Nochebuena como preámbulo. Y ya en Reyes llegaban todos los regalos. Algunos años dividíamos los detallitos entre los dos días. Según…
Las comidas, cenas y meriendas de los días grandes eran una fiesta en sí misma. El desayuno del día de Reyes era un empacho de golosinas y cositas ricas entre juguetes y diversión. En la mesa hablábamos todos a la vez, pero lográbamos (no sé como) escucharnos, todos éramos importantes, cantábamos, reíamos. Pero lo principal, una vez más, era que estábamos juntos, que nos queríamos.
Más adelante, cuando llegó el temido momento de descubrir que los Reyes son los padres, a pesar de ello, nunca se perdió la magia, la alegría y la esencia de la Navidad en mi casa. Cuando fui más mayorcita disfruté de ejercer de «paje» para mis padres y mis hermanos pequeños. Con mi primer sueldo cuando empecé a trabajar me volví loca y me lo fundí en regalos para los míos. Y no sé por qué, pero la noche de Nochebuena y la de Reyes nunca han dejado de ser mágicas para mí, no han perdido esa esencia que tenían cuando era niña. A pesar de saber quién compra los regalos o incluso de comprarlos yo misma. Siempre tendré mariposas en el estómago esos días. Siempre serán especiales.
Hoy por hoy he formado mi propia familia. Y con toda esta herencia, con todo lo que mis padres y hermanos me hicieron disfrutar de mi infancia no puedo evitar sentirme en deuda con la vida. Intento trasmitir a mis hijas lo mismo que yo pude disfrutar, el sentido y valores de la verdadera Navidad.
Aún son muy pequeñitas y no son conscientes del todo de lo que está ocurriendo. Aunque la mayor ya tienes dos años y medio y empieza a sentir que es una época especial. Que vamos juntos a ver Belenes, luces, detalles, juguetes…Que podemos divertirnos mucho en familia, y que, «si se porta bien» caerá algún regalito especial. Comienza a familiarizarse con el Belén, el árbol de Navidad, Papá Noel, los Reyes… Espero saber hacerlo tan requetebién como hicieron mis padres conmigo. Conseguir que anhelen la llegada de estas fiestas. Enseñarles que el mejor regalo es estar juntos. Que se disfruta más dando que recibiendo. Que la familia es lo primero. Que entre todos nos hacemos felices. Que compartir es vivir. Que hay que dar infinitas gracias por todo lo que tenemos.
Dentro del agradecimiento procuraré todos los años que recuerden que no todos los niños pueden disfrutar de todo lo que ellas tienen. Fomentarles la solidaridad. Aún son muy pequeñitas para entender pero creo que es bueno ir hablándoles del mundo injustamente desigual en el que vivimos. Este año hemos participado en el mercadillo solidario de la guardería. Recogían juguetes, productos de higiene para niños que irían para CÁRITAS. Y vendían cositas para recaudar fondos para una asociación que investiga sobre enfermedades infantiles. Creo que es fundamental. Y desde luego, aunque esta época contribuye a acentuar el sentimiento de solidaridad y agradecimiento, hay que procurar mantenerlo todo el año. Y AMAR, SIEMPRE, HA DE SER EL MOTOR QUE NOS MUEVA. Cuando sean otras las fuerzas que nos impulsan, debemos hacer un parón y rectificar el rumbo.
Os deseo a todos que viváis la verdadera Navidad en compañía de los vuestros. Esa NAVIDAD de ilusión, de abrazos apretados, de alegría por reunirnos, de poder compartir, de renovar las fuerzas por el nuevo año, ¡DE QUERERSE! Regala: escuchar, mirar a los ojos, sonreír, perdonar, agradecer, tu tiempo…Seguro que estos detalles sabrán a gloria a su destinatario. Y no olvides educar a tus hijos, por pequeños que sean, en el verdadero sentido de estas fiestas.
¡¡¡ FELICÍSIMA NAVIDAD!!!
Leerte ha sido casi como verme reflejada! Precioso post y encantada de descubrirte! Ya somos dos procedentes de familia numerosa y todo lo que cuentas lo he vivido. Lo del regalo común para todos también se hacía en mi casa. Yo estoy esperando a que mis hijos crezcan un poco más para instaurarlo. Muchos besos!!
Qué alegría que te haya servido para rememorar buenos recuerdos. Viva las familias numerosas!! Para mí, uno de los mayores tesoros que tengo. Y qué bueno que podamos trasmitir tanto amor y buenas costumbres recibidas a nuestros hijos. Lo mismo digo, un placer leerte y bienvenida a mi rinconcito. Un besazo y feliz Navidad en familia!!!
Como «Mamadeunsurvivor» tengo poco que añadir a lo que has contado! En mi casa también éramos unos cuantos (en total, 11).. Y la noche de Reyes siempre fue más que especial. Pero no supimos mantener la ilusión y magia de esa noche en cuanto los peques crecieron… Una pena. Pero por suerte ahora podré revivirlo con mis hijos! 🙂
Qué bueno que al final consiguieras entrar en el blog! Aún está muy en pañales. Acabo de comenzar esta aventura y aún tengo mucho que aprender y compartir. Pero el que me esté permitiendo, desde ya, conectar con personas que viven mis mismas experiencias y traerles buenos recuerdos me parece maravilloso. Volviendo al tema, me alegro de que esa «magia» siga siendo un tesoro que puedas trasmitir con ilusión a tus peques. Qué sería de esta vida sin esa cadena de felicidad que se trasmite de una generación a otra? Por cierto, por lo que veo tanto «mamá de un survivor» como tú y yo estudiamos derecho! Jeje. Casualidades de la vida. Bienvenida de nuevo a mi rinconcito. Espero volver a encontrarte por aquí. Yo también te sigo! Un abrazo
Feliz Navidad!! Y Feliz año 2016!!
Que buenos recuerdos me trae este post!!!en mi casa siempre se han vivido a tope las navidades y los reyes, y aún lo seguimos haciendo!es maravilloso la que se monta ahora el día de nochebuena y reyes en casa de los abuelos, menudo alboroto! Antes era muchísima la ilusión, los regalos y la alegría compartida, pero ahora, estando ya todos casados y con niños revoloteando por ahí, más aún si cabe!mi marido y yo, habiendo vivido siempre unas verdaderas i auténticas navidades, estamos ahora con el reto de conseguir que así lo vivan también nuestros dos peques pequeñines!
¡Qué alegría me da traerte buenos recuerdos! Somos unas privilegiadas por haber vivido una infancia feliz. Desde luego, es una tarea maravillosa la que nos incumbe: procurar que nuestros hijos también disfruten de la vivencia de unas verdaderas navidades en familia. Un besazo