LA IMPORTANCIA DE LA INTELIGENCIA EMOCIONAL
¡Buenos días familia! Ya estoy por aquí de nuevo tras un paroncillo navideño. Hoy os traigo un tema que sin duda os va a interesar. Os propondré un cuento para trabajar las emociones con niños. El que nuestros hijos sean emocionalmente inteligentes es una pieza fundamental para su sano desarrollo como personas. Así que todo lo que podamos hacer por nuestra parte para que consigan dicho objetivo será beneficioso para ellos.
Recuerdo que las primeras veces que escuché algo de la llamada «inteligencia emocional» fue de boca de mi madre. Mujer que es constante fuente de inspiración para mí y que tiene la cabeza y el corazón muy bien amueblados. Ocurrió durante mi adolescencia y, francamente, en ese momento no sabía muy bien a qué se refería. Aunque por el contexto entendía que debía tener algo que ver con la delicadeza y habilidad que nos lleva a ser «oportunos» a la hora de decir o hacer ciertas cosas con el fin de evitar dañar a los demás, meternos en un lío o para conseguir lo que queremos.
Con el tiempo descubrí que no iba muy desencaminada. Fue ya con 16 añitos cuando estudié el concepto con más profundidad al cursar una optativa de psicología en primero de bachillerato. Y más adelante recuerdo haber realizado un trabajo en clase de filosofía en el que, basándome en las obras de Daniel Goleman al respecto, analicé la película «La vida es bella».
En la exposición del trabajo, les señalé a mis compañeros distintas situaciones en las que el padre de la criatura protagonista empleaba herramientas emocionales para hacerle la vida más amable a su pequeño. Y ello a pesar de la terrible situación en la que se encontraban. Nada más y nada menos que un campo de concentración nazi en el que les habían separado de su mujer y madre de la que no sabían si estaba viva o muerta.
Desde ese momento tuve claro la importancia absoluta de aprender a controlar nuestras emociones en todo los aspectos de nuestra vida. En primer lugar para alcanzar nuestro propio equilibrio interior de manera que consigamos encauzar lo que nos provocan las relaciones interpersonales o situaciones que atravesamos de manera beneficiosa. También en las relaciones de pareja y amistad, en nuestro camino profesional… En definitiva, para alcanzar la ansiada felicidad o satisfacción personal que todos buscamos.
Me gustó muchísimo el enfoque del autor de las obras al que he hecho referencia. Destacaba que, tras muchas investigaciones, se había verificado que era más importante que las personas fuéramos emocionalmente inteligentes que el puro y duro coeficiente intelectual en sí o los meros conocimientos. Sobre todo cuando estos últimos no van acompañados de habilidades emocionales a la hora de aplicarlos.
Además, señalaba que desde hacía un tiempo muchas empresas americanas habían cambiado totalmente el enfoque que daban a las clásicas entrevistas de trabajo. Ya no se limitaban a valorar un mero curriculum con una lista de conocimientos, estudios y notas medias. Ahora se atribuye más relevancia a que un posible trabajador sea hábil a la hora de ejercer su actividad en equipo, tenga dotes para convencer a los demás, sea empático y atractivo con un potencial cliente, sepa salir airoso ante la presión del ambiente y las circunstancias…
Por tanto, las pruebas a las que se someten los candidatos a un puesto van más encaminadas a valorar estos aspectos que los meros conocimientos y calificaciones obtenidas durante sus estudios. Esto no quiere decir que la inteligencia y la formación estén exentas de importancia sino que, en todo caso, es vital que la persona sea habilidosa emocionalmente. Se había visto que a medio y largo plazo, personas con expedientes brillantes pero emocionalmente «torpes» terminaban dando problemas. Bajas por ansiedad y depresión, imposibilidad de trabajar en equipo, dificultades para atraer y satisfacer a los clientes…
Creo que ya habréis notado que soy una apasionada de la materia ¿no?. Pues lógicamente como madre tengo en mi lista de objetivos y procuro trabajar desde el primer día con mis hijas dichas habilidades. Soy una firme defensora de que la manera en la que con más intensidad trasmitimos valores, conocimientos, herramientas, habilidades e ideas a nuestros hijos es con nuestro ejemplo. Con aquello que ven en nosotros. Podemos «lanzarles» grandes discursos pero si en nuestros actos no perciben ciertas cosas el impacto sobre ellos será infinitamente menor que si nos ven «predicar con el ejemplo».
Con esto no estoy subestimando la fuerza de la palabra o lo absolutamente necesario de la comunicación verbal con ellos. Procuro trabajar también esto a diario. Y tampoco olvido la importancia de la trasmisión de emociones con el lenguaje no verbal y el cariño en definitiva. Pero está claro que tenemos que estar muy atentos a qué y cómo hacemos y decimos en su presencia porque sus ojitos no dejan de fijarse en nosotros. Al fin y al cabo somos y seremos sus principales guías para conocer este mundo durante muchos años o quizás durante toda la vida.
En este sentido y como de por sí, sin hacer grandes esfuerzos, pienso que tengo cierta habilidad para conocer bien a las personas sin necesidad de tener demasiada información sobre ellas, no iba a ser menos con mis hijas. Me encanta observarlas e ir descubriendo los rasgos de su carácter, de su personalidad, su «manera de ser»… Me «flipa» advertir que sean tan tremendamente distintas entre sí a pesar de provenir del mismo padre y la misma madre y crecer en el mismo ambiente y con las mismas circunstancias. ¡Es apasionante!
Y en esta labor de observación he podido descubrir que sobre todo la mayor se parece en muchos aspectos a mí. Por un lado me honra, me hace ilusión. Pero por otro, no puedo evitar temer que cometa mis mismos errores, que cargue con mis mismos sufrimientos y angustias, que acarree similares defectos…¡Cómo nos gustaría poder proteger a nuestros hijos de todo esto! ¿verdad?.
Está claro que no podemos evitar que se sufran. Forma parte de la vida de un ser humano. Pero estoy convencida de que sí que tenemos una importante tarea que les facilitará infinitamente su caminar y les ayudará, en definitiva, a ser más felices. Y esa misión como padres es, entre otras, la de enseñarles a manejar sanamente sus emociones y, a ser posible, las de los que les rodean, siempre por supuesto con el objetivo de mejorar como personas y hacer el bien.
Como os adelantaba, en cierta forma, me preocupa que mi hija mayor sea tan sensible y empática. Esto es algo hermoso. ¿Qué sería del ser humano sin la capacidad de sentir, de emocionarse, de transformarse ante lo que vive? Pero lógicamente es una puerta abierta, en ocasiones, a un exceso de vulnerabilidad, a un sufrimiento atroz…La clave está en canalizar esa «forma de ser» para sacar todo lo positivo que ello conlleva y protegerle de los daños que pueda suponer.
Como positivo, y es algo que con tan sólo tres añitos de vida que tiene he podido saborear, está la increíble capacidad que tiene de ponerse en el lugar de los demás. Es una niña a la que no le agrada ver sufrir a nadie. Percibe rápidamente cuando alguien tiene una necesidad, se encuentra mal…Por ejemplo, uno de sus abuelitos está enfermo por desgracia y se deshace en mimos y atenciones con él cada vez que vamos a verle.
Sufre muchísimo cuando ve llorar a su hermanita pequeña o nos ve mal a su padre o a mí…Y tanto en su etapa en la guardería como ahora, que ha empezado el colegio (1º de Educación Infantil), se ha repetido la misma asombrosa situación. Y es que, en ambos casos, sus educadoras me han comentado que con los niños que muestran algún tipo de dificultad o retraso en el desarrollo mi pequeña tiene una especial atención.
Los protege, les motiva, les da todo su cariño. Pone todo su empeño en ayudarles a que participen en los juegos y actividades de clase como lo que son, uno más. Ambas profesionales me comentaban que habían percibido tanto ellas como sus padres una importante mejoría en los niños y que estaban convencidas de que mi hija había tenido algo que ver. No les mira como el que está en una posición de superioridad, sino que tiene la habilidad de hacerles sentirse bien y, con dulzura, animales a que tengan seguridad en sí mismos y confíen en que pueden hacer grandes cosas.
Me estremecí cuando me volvió a contar su tutora lo mismo que había ocurrido en la guarde pero esta vez con otra pequeña en el colegio. Sus palabras textuales fueron: «la sensibilidad y dulzura innata de vuestra hija son impresionantes y tenemos que fomentarlas». No os puedo contar lo orgullosísima y emocionada que me siento por esta vivencia.
Por otra parte he detectado que es tremendamente autoexigente y, en cierta medida, perfeccionista. Personalmente he tenido que luchar mucho en ambos aspectos a lo largo de mi vida… La primera vez que vi como se frustraba y enfadaba al «salirse» de las líneas cuando colorea un dibujo me impactó…También me preocupa la angustia con la que se obceca en intentar una y otra vez «hacer solita» algo que se ha propuesto…En situaciones como las que os estoy contando tenemos una apasionante tarea como padres a la hora de enseñarles a canalizar sus emociones de manera beneficiosa para ellos y para los demás.
«NIMBUS UNA NUBE DE EMOCIONES»
No quiero aburriros más con mis «filosofadas» y paso ya a hablaros concretamente de un cuento que acabo de descubrir. Tanto a mi hija como a mí nos apasiona. No sé si conocéis Boolino. Se trata de una empresa maravillosa en la que podéis adquirir literatura infantil y juvenil de gran calidad. Además de vender libros al uso a través de su web, comercializan un producto que me ha resultado interesantísimo. Son las «book box».
Se trata de unas cajitas que elaboran ellas mismas con asesoramiento de profesionales de la infancia en las que, junto al libro en cuestión, podéis disfrutar de una serie de materiales que os permitirán realizar actividades, manualidades y juegos relacionados con la temática concreta del cuento. De esta manera se les ayuda a los peques a fijar conceptos introducidos por el cuento y pasar un rato divertido en familia.
La primera «book box» que nos lanzamos a adquirir fue la de «El primer día de escuela de Chu». Estaba ayudando a mi mayor a entender todo lo que ocurriría cuando empezara el colegio y me pareció otro buen mecanismo para hacerlo. Fue un éxito absoluto. Tanto el cuento como los juegos y actividades en los que entre otras cosas se trabajaban también aspectos relativos a la inteligencia emocional. El afán por sentirnos aceptados por los demás cuando queremos integrarnos en un nuevo grupo de personas, el manejo del miedo a lo desconocido, las diferencias entre unas personas y otras y como todos tenemos valor con nuestras características particulares…¡Maravilloso!
Nos gustó tanto que me lancé a colaborar con ellas y hoy os vengo a hablar del primer cuento (espero que de muchos) que voy a analizar en el margen de esa andadura en común. Se titula «Nimbus, una nube de emociones». Sus autoras son Noemí Fernández Selva y Eva Zurita y la editorial es «Salvatella». Me ha parecido una forma maravillosa para enseñarles a los peques, en primer lugar, a entender que todos sentimos una serie emociones diferentes entre sí según las circunstancias que nos las provocan. Y que éstas nos impulsan a llevar a cabo uno u otro comportamiento.
El personaje principal es una nube que va experimentando distintas emociones a lo largo del cuento que hace que se comporte de una manera o de otra sobre el territorio que sobrevuela. Amor, calma, rabia, tristeza, miedo, sorpresa y alegría. La calma hace que deje pasar a través de ella agradables rayos de sol. La rabia, provoca que Nimbus provoque una gran tormenta con rayos, truenos, gotarrones y granizo… La alegría supone la aparición de un precioso arco iris junto a la nube… La ilustraciones y símiles con las emociones son maravillosas y ayudarán a vuestro hijo a entender perfectamente en qué consiste cada emoción y lo que provocan en nosotros.
Os recomiendo que moduléis la voz y la expresión de vuestro rostro conforme se lo vayáis contando. Contribuirá a que capten los conceptos mejor todavía. El cuento termina preguntando a vuestro pequeño: «y tú…¿cómo te sientes hoy?. Ejercicio de introspección que aunque nos resulte simple y sencillo conllevará un gran aprendizaje para vuestro hijo: identificar las emociones que experimenta en un momento concreto.
Además me encantó el anexo que añaden tras el cuento. En él, de manera sencilla y breve, las autoras explican en qué consiste cada emoción. Vamos, que no puede ser más completo. Está previsto para niños de entre 2 y 6 años y te lo envían a casa en un plazo de 48 horas. El precio es muy asequible y francamente pienso que vale la pena ayudarse de esta herramienta para trabajar las emociones con niños. Ya hemos comentado que hay muchas formas de hacerlo pero sin duda el cuento siempre será un genial vehículo de aprendizaje para los pequeños. Y una buena manera de ayudarles a materializar conceptos abstractos para ellos.
A mi hija le encantó. Pudo seguir y comprender la historia sin problemas y es uno de esos cuentos que me pide para irse a la cama. Espero que os sirva de ayuda para vuestra tarea particular como padres. Si alguno se anima a comprarlo os dejo el link directo por aquí. ¡Nos leemos pronto!