Hace semanas iniciamos lo que os advertí iba a ser una serie de post dedicados especialmente al tema de los celos por la llegada de un hermano. En la entrada anterior, centramos su definición y características. Además, estudiamos una serie de pautas que podían ayudarnos a preparar a nuestros hijos para gestionar las emociones que provocan los celos, ya desde el embarazo del hermanito menor. Si aún no lo habéis leído os animo a hacerlo pinchando aquí.
Importancia de informarse
Hoy os voy a contar con más detalle cómo fue nuestra vivencia de los celos que desarrolló nuestra hija mayor por la llegada de su hermanita. Además, analizaremos las pautas que nos ayudaron a contrarrestarlos y que, poco a poco, todo volviera a la normalidad. En el siguiente post nos centraremos en una estrategia preciosa para combatirlos, o al menos paliarlos. Seguimos las recomendaciones de la psicóloga de la guardería de nuestras hijas y de mi cuñada, psiquiatra infantil. En su día, mi marido y yo decidimos acudir a ellas ante una situación que nos desbordaba y preocupaba mucho.
A veces pensamos erróneamente que hemos de recurrir a este tipo de profesionales sólo ante situaciones límite relacionadas con trastornos de conducta, traumas o enfermedades psiquiátricas o psicológicas graves. Pero olvidamos que pueden resultar de gran ayuda ante situaciones cotidianas que suceden en el desarrollo de casi todos los niños y en el transcurso de la vida familiar y sus etapas.
Los psicólogos son expertos en el estudio de la conducta humana. Pueden orientarnos sobre los factores que desestabilizan a los niños y aquellos que les motivan o fomentan su bienestar y un desarrollo positivo y sano como personas. Pueden ayudarnos a reducir el estrés que determinadas situaciones suelen provocar. Y también a que todos los miembros de la familia colaboren para crear un entorno armonioso en el que cada uno se sienta mejor.
Este caso es uno de ellos. A pesar de no tratarse de un problema grave ni patológico, podría llegar a generar desajustes, tanto en el bienestar del pequeño como en el ambiente familiar. Además, tal y comentábamos el otro día, aunque los celos forman parte de una fase normal del desarrollo del niño, si éstos se incrementan más de lo habitual, pueden conllevar alteraciones de conducta importantes o quedar “enquistados” en su persona. Por tanto, deberían atajarse cuanto antes para evitar daños mayores en el futuro.
Lo importante es pedir ayuda cuando vemos que la situación está empezando a superarnos o queda fuera de nuestro control. Y tampoco estaría de más informarnos sobre el asunto anticipándonos y evitando que la situación llegue a mayores. En nuestro caso, teniendo tan a mano este servicio en la guardería y a una psiquiatra infantil en la familia, no dudamos que debíamos aprovecharlo.
Nuestra experiencia
Tal y como os comenté el otro día, considero que los primeros “desajustes” se dieron ya desde el embarazo de nuestra segunda hija. Cuando ésta nació, la diferencia de edad entre ambas era de 22 meses. La mayor se encontraba en una etapa de su desarrollo que ya de por sí suele ser complicada. Esa edad de la autoafirmación, búsqueda de autonomía, rebeldía… En la que no paran y gozan de una energía desmedida sin reparar en los peligros de su conducta…Los llamados “terribles dos” o la “aDOSlescencia”, tocaba con fuerza nuestra puerta.
Todo esto era una «bomba de relojería» junto con el necesario periodo de adaptación que toda persona requiere ante los cambios de relativa importancia en su vida. Y asumir la llegada un miembro más a la familia que iba suponer cambios en la rutina habitual, sin duda lo es.
Además, por aquel entonces, por motivos profesionales, estábamos organizando nuestra mudanza a otra ciudad. Esto supondría que la peque dejaría de tener cerca a sus abuelos y otros familiares que trataba de manera habitual. Tendría que asistir a otra guardería con nuevos amiguitos, distinto entorno de juego y cuidadoras. Un nuevo hogar, nueva habitación, nuevos espacios…En definitiva, por cosas de la vida se nos juntaron demasiados cambios de golpe.
Para colmo tuve un posparto un poco complicado. Sufrí anemia, tuve varias mastitis graves y una tiroiditis que me dejó absolutamente baldada. Todo esto junto con lo que ya de por sí supone el puerperio, os podéis imaginar…
La primera reacción de mi hija cuando vio a su hermanita no fue nada mala. Al contrario, se entusiasmó cuando su tía le dijo que iban a ir a conocerla a la clínica donde estábamos ingresadas. Eso sí, pasada la sorpresa inicial, digamos que no le llamaba demasiado la atención. Mi “estrategia” desde el primer momento fue la de “normalizar” la nueva situación cuanto antes. Procuré ser muy natural.
No me convencían ciertas recomendaciones como la de darle un regalo la primera vez que viera a su hermana y contarle que se lo había traído el bebé. O la de evitar, en la medida de lo posible, que me viera con ella en brazos o dándole el pecho. Prefería ser sincera con mi hija y confiaba plenamente en su capacidad de asumir su nueva realidad. Quiero acompañarle en el camino de su desarrollo y ayudarle a manejar las situaciones a las que tiene que enfrentarse en la vida de una manera óptima, saludable y enriquecedora. Y quizás, con ese tipo de tácticas, lo que conseguimos es alargar y dificultar ese proceso de asimilación. De alguna manera, les mostramos una realidad “maquillada”, distinta de la que verdaderamente es.
Pienso que nuestros esfuerzos se tienen que centrar en conseguir que disfruten con la nueva situación, que la vean como un cambio positivo y motivador en sus vidas y que lo identifiquen rápidamente como parte de su realidad cotidiana agradable. Además, tampoco me parecía justo que la pequeña sufriera alguna carencia de cariño o atención o que gozara de un periodo de apego menor o menos intenso que el que tuvo su hermana mayor. De 3 pasábamos a ser una familia de 4. Todos teníamos que adaptarnos sin sentir que supusiera un problema o una limitación en nuestras vidas sino más bien todo lo contrario: un privilegio y un enriquecimiento vital de cada uno y de toda la familia en su conjunto.
Cuando mi hija mayor conoció a su hermana estaba en mis brazos. Quiso encaramarse a la cama con nosotras rápidamente, donde me la comí a besos y le mostré lo pequeñita que era la bebé. Además de preguntarle cómo se sentía, qué le parecía… Y a continuación, cuando dejó de mostrar interés, lo que hicimos fue dejarle unos folios y ceras de colores para que pintara un rato. Era lo que más le gustaba hacer. De esta manera recordaría ese primer momento como una situación agradable.
Ya de vuelta a nuestro hogar, yo cogía al bebé siempre que lo necesitaba o lo consideraba oportuno. Además, no evitaba darle el pecho en presencia de su hermana. No le impedía que tocara o “investigara” a la pequeña. Sólo establecí el límite de no hacerle daño, que intentaba trasmitirle con delicadeza. Pronto empezaron los problemas. Lloraba mucho, tenía rabietas constantemente y demandaba mi atención en todo momento. Ya fuera rompiendo o tirando cosas, quitándose la ropa, negándose a comer o a ducharse…Tomaba una actitud hostil contra su padre y contra mí, como si de repente hubiéramos pasado a ser el enemigo a combatir.
Al contrario de lo que pudiera esperarse en estos casos, no rechazaba a su hermana, le mostraba simpatía e intentaba jugar con ella. La actitud negativa era más bien hacia nosotros y la manifestaba con desajustes en su conducta. A veces somos demasiado simplistas y pensamos que los celos son sin más un sentimiento de envidia hacia un hermano en concreto que se manifiesta haciéndole daño. Pero es más complejo que esto. En el caso de mi hija, las alteraciones de su comportamiento no eran voluntarias, con ánimo de ofender o molestar. No eran más que la canalización del miedo, la preocupación o la angustia que sentía por pensar que podría perder nuestro cariño o al sentir que su vida ya no era la misma y no saber cómo manejar el cambio. Por eso, la frustración la enfocaba más hacia nosotros y no hacia su hermana. Al menos, así lo entendí yo.
En la guardería también nos comentaron que la veían “apagadita”, negativa y más quejica. Lloraba con más frecuencia y no mostraba tanto entusiasmo como de costumbre por participar en las actividades.
Pasaron los meses, nos mudamos a nuestra nueva ciudad y llegaron todos los cambios que ello conllevaba. Previamente, habíamos tenido “nuestros más y nuestros menos” con periodos peores y otros mejores. Pero con tantas variaciones en su vida, lógicamente, los problemas se incrementaron. Incluso en dos ocasiones puntuales llegó a hacerle daño a su hermana. Y esto llegó a preocuparme especialmente.
Además, la veía sufrir, con constantes pataletas, cada vez más difíciles de gestionar. Sobre todo, cuando se daban en plena calle, de camino a la guardería, en el supermecado…Pasaba muy malas noches, tenía pesadillas y le costaba muchísimo conciliar el sueño. Además, se intensificó la hostilidad hacia mí a pesar de que, obviamente, era a mí a quién más buscaba y necesitaba. Por supuesto tuvimos que retrasar el momento de retirarle el pañal, a pesar de que la veíamos biológica y madurativamente preparada. Pensamos que podría suponerle enfrentarse a demasiados retos a la vez, y ya tenía suficientes cambios en su vida. Lo mismo ocurrió con la ayuda para desprenderse del chupete al que estaba muy apegada porque le consolaba y tranquilizaba mucho.
Soluciones
La situación nos desbordaba y decidimos pedir ayuda lo antes posible. Tanto la psicóloga de su guardería como mi cuñada, nos invitaron a mantener la calma puesto que era un supuesto habitual y perfectamente reconducible. La clave fundamental estaba en reforzar su autoestima, mostrarle el cambio como positivo y hacerle ver que la nueva situación no era una amenaza para nuestra relación de cariño hacia ella. Había que hacerle ver que seguía siendo única e irrepetible para nosotros y podía gozar de nuestro amor y cuidados a pesar de tener que compartir espacio con su hermana, que, a su vez, también necesitaba nuestras atenciones.
Pusimos mucho énfasis en ensalzar sus cualidades y en el refuerzo positivo. Le hacíamos ver las ventajas que tenía el ser hermana mayor, cuántas cosas podría enseñarle al bebé, cómo podía jugar con ella…Además, una parte importante del proceso, fue la de integrarla en los cuidados del bebé para que se sintiera protagonista y colaboradora necesaria en dicha tarea. De esta manera, no se veía excluida, como un personaje que sobra en las tareas de la familia. Por ejemplo, al cambiarle un pañal, le animaba a que me trajera uno limpio o las toallitas y se le iluminaba la carita al sentirse útil. Un acto tan sencillo como éste, puede ser tremendamente positivo a la hora de rebajar la tensión y los efectos nocivos de los celos.
Por otra parte, en los momentos especialmente críticos, como cuando se daban las pataletas, la actitud que nos recomendaron era la de hacerle ver que no necesitaba recurrir a ellas para obtener mayor atención por nuestra parte. Manteniendo la calma y una vez comprobado que no podía sufrir ningún daño, le decíamos que cuando estuviera tranquila viniera a hablar con nosotros de cómo se sentía. Estábamos a su alcance y ella se acercaba en el momento en el que se encontraba preparada para hablar.
No le impedíamos llorar, ni le regañábamos o gritábamos cuando lo hacía. Estas conductas son necesarias para que el niño exprese su rabia, su frustración o su miedo y no es recomendable reprimirlas. Pero es importante hacerle ver que no son necesarias para llamar nuestra atención puesto que la tendrá siempre que la necesite sin recurrir a las rabietas.
¿Y esto cómo se hace? Sencillamente, dedicando momentos de calidad a diario dedicados exclusivamente a ella, realizando actividades de su agrado. Ésta es la estrategia psicológica de la que os hablaré en el próximo post. Las profesionales a las que he hecho referencia, nos hicieron ver la importancia de buscar, si es posible a diario, ese MOMENTO ESPECIAL con ella. De esta manera, sin requerir demasiado tiempo ni grandes esfuerzos, contribuimos a reforzar aún más la autoestima de la pequeña.
Le recordamos con nuestra actitud y presencia que es especial, única y enormemente querida e importante para nosotros. Se le da un lugar particular de tal forma que, no sólo no se sienta reemplazada por su hermana, sino que perciba que es y será imprescindible por sí misma en nuestra familia. Porque en la familia todos y cada uno somos únicos, importantes y especiales.
No os podéis ni imaginar lo mucho que mejoró la situación de esta manera. Las rabietas eran cada vez menos y más leves. Cuando se daban, se calmaba rápidamente y hablábamos mucho más de sus sentimientos. ¡Fue maravilloso.
Si os parece, el próximo día os explicaré más pormenorizadamente en qué consiste esta hermosa estrategia del «tiempo especial». De esta manera no se os hará tan largo el post y podremos analizarla como merece. Os aseguro que vale la pena. En nuestra familia ha supuesto un antes y un después tremendamente positivo.
Espero que me contéis vuestras experiencias con los celos por la llegada de un hermano. Si os habéis visto en la tesitura de necesitar ayuda externa para manejarlos y qué técnicas o pautas os vinieron bien para ayudar a vuestros hijos a atajarlos. Espero que os sirvan de ayuda estos posts. ¡Nos leemos pronto!
Muchísimas gracias!! Realmente me ha parecido excelente y muy práctico y creo que das completamente con el «quid» de la cuestión. Hacer que cada uno se sienta único e irrepetible en la familia y dejar que los niños expresen sus emociones y ayudarles a dialogar sobre ellas es clave y muy pocas veces somos conscientes de su importancia .
¡Muchísimas gracias, Inés!! Desde luego esa es la clave. Todos somos únicos e irrepetibles y necesitamos sentirnos tratados como tales. Un abrazo.
Hola, comparto tu perspectiva respecto a no maquillar las cosas buscando que los peques no sufran o que los cambios tengan en ellos consecuencias negativas. Creo que siempre es mejor decir la verdad. Informarles de los cambios y los beneficios que ellos traen. Sólo tengo un pequeñito y un segundo no está aún en nuestros planes familiares ( a la pregunta ¿que opinas de un hermanito? mi peque sonríe y mueve la cabeza lentamente en señal de no, jejeje), pero el tema me parece muy interesante. El tiempo especial es algo necesario con nuestros hijos, sean únicos o no, estaré atenta al post. Un abrazo!!
Así es! A veces subestimamos a los niños y pensamos que no son capaces de comprender ciertas realidades. Los peques tienen un sentido común aplastante y una capacidad increíble de descubrir y «entender» nuevas circunstancias. En ocasiones por nuestro interés por protegerles provocamos el efecto contrario sin quererlo. Es necesario emplear las palabras y los métodos adecuados a su edad pero podemos explicarles prácticamente todo. Me ha hecho mucha gracia lo de que vuestro peque dice que «no» a la idea de un hermanito jejeje. Estoy segura de que a pesar de todo si más adelante os animáis le encantará la idea y disfrutará de una de las experiencias más bonitas de esta vida: disfrutar de todo lo que implica tener un hermano. Un besazo y muchas gracias por comentar!